Manual de prácticas de motivación y emoción
Editorial: Universitat Jaume I
Licencia: Creative Commons (by-nc-sa)
Autor(es): Palmero, F. C. A.
El proceso educativo denota la actividad de dos acciones paralelas e interdependientes: la enseñanza y el aprendizaje. Los agentes implicados, el profesorado y el alumnado, se encuentran inmersos en dichas actividades, aunque el protagonismo de cada una de las partes varía según las funciones a desempeñar. Entendemos que el proceso educativo discurre mediante un acto de comunicación continua, en el que se produce un intercambio de conocimientos y experiencias que enriquecen, tanto al profesorado, como al alumnado. Además, la educación no sólo queda relegada a una mera transmisión de conocimientos relativos a la materia de interés, sino que incluye a la globalidad de la persona.
La complejidad del proceso de enseñanza-aprendizaje debe considerar los contenidos curriculares (aquello que se quiere enseñar o aprender) necesarios para conseguir alguna meta (objetivos), así como los procedimientos o instrumentos más apropiados que deben utilizarse para ello (medios). Estos elementos, en continua interacción, se suceden en una situación particular, modulada por los factores físicos, sociales y culturales (contexto).
Así pues, la labor del docente no se limita a la mera transmisión de conocimientos. Somos conscientes de que la formación intelectual que se pretende ofrecer al alumnado no se reduce a la adquisición de conocimientos, sino que implica inculcar en ellos un espíritu crítico que les permita buscar, adquirir y evaluar nuevas informaciones. Para ello, las funciones principales del profesorado consisten en motivar al alumnado para que estudie la asignatura; orientarle en el conocimiento global y en los aspectos específicos de la misma; explicarle los aspectos más complejos y facilitarle los recursos didácticos y las estrategias educativas adecuadas que le faciliten el aprendizaje de la materia. Al respecto, los investigadores coinciden en señalar que el conocimiento profundo de una materia no es suficiente para garantizar la enseñanza de la misma. Debemos añadir otros aspectos, como la motivación docente y las habilidades didácticas, entendidas éstas como la capacidad del profesor para desarrollar los medios adecuados que garanticen que los contenidos llegan al alumnado de forma clara, al tiempo que se desarrollan las actitudes, los hábitos o las habilidades planteados como objetivos a conseguir. Creemos que las características que debe desarrollar el profesional de la enseñanza, además del dominio de la materia que explica, y de la actualización de sus propios conocimientos de la misma, tienen que ver con la facilidad para la interacción con los alumnos, además de ciertas facetas muy personales que se refieren a aspectos como el entusiasmo, el compromiso, la responsabilidad y la capacidad reflexiva y autocrítica. Es decir, un conjunto de conocimientos, destrezas y actitudes que puedan ayudar al docente a estimular el aprendizaje activo y reflexivo por parte del estudiante.
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